Eran las ventanas entornadas de siracusa, las que velaban por la intimidad de la casa antigua y de lo que allí dentro acontecía, desde hace años, decenas de años.
Siracusa fue la segunda colonia griega establecida en la isla después de Naxos. Fue una colonia corintia fundada por Arquías, hijo de Evágetes, de la familia de los baquiadas, originario de Corinto, que se tuvo que expatriar. La fundación fue el año 734 a. C. y se inició en la isla de Ortigia (Ortygia). La llamaron Sirako («pantano»). Existe otra teoría que afirma que el nombre no es de procedencia griega sino fenicia, cuya traducción aproximada sería «roca de las gaviotas».
La ciudad fue consagrada a Artemisa (uno de sus sobrenombres era Ortigia) y tomó el nombre de una laguna o marisma que se llamaba Syraco (nombre indígena), en los alrededores.
Nos alojamos en Ortigia, la antigua Siracusa, la isla que hoy se comunica con la ciudad moderna a través de un puente sobre la laguna. El tiempo aquí se ha parado hace mínimo 200 o 300 años. Los colores de la piedra con el sol brillan como tesoros perdidos, el silencio en los callejones y el intenso calor de las calles. Rincones donde descansa la marea que ya baja.
Y el teatro dei Pupi, los títeres antiguos que animaban las fiestas de los nobles sirecusanos, arduas luchas y enfrentamientos, dragones, brujas y caballeros. La historia persoalizada en engendros de madera y bonitos trajes.
Vivimos en una autentica casa Siracusana, con sus habitaciones que miran a un patio de amarillos y verdes, con el silencio como banda sonora. Desayunando en antiguas mesas de madera, atendiendo a lo que se esconde tras las puertas enormes que separan el hogar de la vida en la calle.
Y con la disculpa de probar los mejores helados del mundo, una fugaz visita a Noto. Noto forma parte del lugar Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco en 2002 denominado «Ciudades del barroco tardío de Val di Noto», en concreto con el código 1024-005. Es famoso por sus bellos edificios de principios del siglo XVIII, considerados entre las principales obras maestras del estilo barroco siciliano.
Y resultó ser cierto lo de los helados, tomamos 3 granitás, limón, Mandorla y Fragolina, acompañados por un delicioso Brioche. Realmente merece la pena una visita a Noto, aunque sólo sea por esto.
De vuelta a la casa, el GPS muestra el Capo Murro di Porco, con el humos esperpéntico que nos caracteriza nos digimos a la zona, para redescubrir las miradas bajo la puesta de sol, paisajes que me recordaban a Medem y rincones especiales donde se me fué el tiempo tan rápido haciendo 1000 fotos.
Ni una sólo persona, sólo los grillos, las chicharras, el mar abajo y los colores del ocaso. Un regalo.
Caminos hacia el mar de rojos y azules. No será un infinito al otro lado?
Brillos y delicadas plantas que florecen cuando la luz se va, olores a hierba seca, intensos aromas de la noche y anis, mucho anis.
Corazones escondidos en los antiguos fondos marinos.
Para regresar a Siracusa cuando el sol ya casi casi era invisible. El Etna dominando el paisaje, y la quietud insólita del mediterraneo aquí.
Soledades apenas compartidas.
Envueltos en ocres y rojizos que coloreaban la piel, quisieras o no.
Un barco pequeño para ir hacia el otro lado, descansando ahora en la laguna.
Imágenes que nos llevamos con la inquietud de haber sido regaladas, será así cada día? La respuesta es si, cada tarde es un fiesta de colores, luces y sombras.
Rincones tan cerca de África y tan mediterráneos, tan antiguos y con tanta historia detrás que se puede sentir a cada paso.
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